
ISBN: 978-84-1142-241-3
© Nerea Rodríguez Retuerto
Resumen
Introducción: La pandemia COVID-19 ha supuesto una emergencia geriátrica. Conllevando efectos físico-psíquicos negativos en la salud de los adultos mayores, entre los que se destaca la soledad y las consecuencias derivadas de esta.
Objetivos: Determinar cómo las consecuencias de la soledad se han visto afectadas por la COVID-19 en los adultos mayores. Así como identificar si se ha generado más soledad en los adultos mayores durante la pandemia, señalar los efectos físico-psíquicos derivados de ella, y evaluar distintas intervenciones para reducirla.
Material y métodos: Se desarrolla una revisión bibliográfica en base a la pregunta PICO. Y se lleva a cabo la búsqueda bibliográfica en las bases de datos de PubMed, Web of Science, Scopus, Science Direct, LILACS and Google Académico de acuerdo a las palabras clave y a los criterios de inclusión. Pasando también una lectura crítica a través de las plantillas CASPE y STROBE.
Resultados: Se obtienen 21 artículos en total. A partir de los cuales se muestra un incremento de la soledad en los adultos mayores por la COVID-19. Señalando el confinamiento, el edadismo y la autopercepción del envejecimiento como posibles incentivadores de la soledad. Además de especificar las consecuencias físico-psíquicas derivadas de la misma (inactividad física, alteraciones del sueño, deterioro cognitivo, depresión, ansiedad y estrés) y de evaluar un conjunto de intervenciones para paliar citada soledad y sus perjudiciales efectos.
Discusión: Se establece que la resiliencia podría actuar como factor protector en los adultos mayores ante la soledad por la COVID-19. Y se mencionan la telesalud, las videollamadas, las llamadas telefónicas y la terapia cognitivo- conductual como las estrategias más indicadas para la reducción de la soledad.
Palabras clave: adultos mayores, soledad, aislamiento social y COVID-19.
Introducción
El nuevo coronavirus denominado SARS-CoV-2, cuya enfermedad recibe el nombre de COVID-19, es una nueva cepa no identificada previamente en humanos.
Estructuralmente es un beta coronavirus envuelto, que comprende un ARN de cadena sencilla, no segmentado, en sentido positivo, que desciende de la familia Orthocoronavirinae. Y su superficie está compuesta por una corona de puntas de glicoproteínas espiga, de la que deriva su nombre.
Se trata de un virus zoonótico, es decir, que se transmite entre humanos y animales. Siendo estimado el murciélago como el causante principal del contagio. Sin embargo, tras varios estudios, no existe evidencia de dicha transmisión directa entre el murciélago y el ser humano, por lo que se sospecha de la existencia de un huésped intermedio entre ambos.
Así pues, tiene su origen en Wuhan (China) en el mes de diciembre de 2019, en el cual el día 31 las Autoridades de la República Popular China advierten a la OMS sobre varios episodios de neumonía asociados al coronavirus. Siendo el primer paciente con COVID-19 detectado en España el 31 de enero de 2020 en La Gomera, tratándose de un paciente alemán. Posteriormente, el 24 de febrero se detectaron los primeros casos en la península, concretamente en la Comunidad de Madrid, Cataluña y la Comunidad Valenciana.
Tras el aumento de casos, el Gobierno de España decreta el 14 de marzo de 2020 el estado de alarma en todo el territorio español, prorrogándose dicho estado de alarma hasta en seis ocasiones. Siendo así, el 21 de junio de 2020 cuando España cesa el primer estado de alarma. Y es posteriormente, el 25 de octubre de 2020 cuando el Gobierno reactiva el estado de alarma con fecha de cese para el 9 de mayo de 2021.
El rápido contagio por este virus se debe a que radica en la transmisión aérea a través de aerosoles o gotas de más de 5 micras entre los humanos. Teniendo un periodo de incubación en el organismo de entre 4 y 7 días aproximadamente.
Las manifestaciones clínicas estándar radican en tos seca (60-80% de casos), fiebre igual o superior a 37º (83-98% de casos) y dificultad para respirar. Así mismo, como síntomas menos frecuentes podemos encontrar diarrea, nauseas, dolores musculares, pérdida del olfato o del gusto, dolor de cabeza o garganta o congestión nasal.
La mayoría de las personas infectadas por COVID-19 han sufrido dicha sintomatología (alrededor del 80%), mientras que el resto ha sufrido cuadros de neumonía grave con síndrome de distrés respiratorio, shock séptico y fallo multiorgánico, de los cuales aproximadamente el 15% requieren de hospitalización y el 5% de cuidados intensivos. Existiendo también casos de personas infectadas asintomáticas.
Como factores de riesgo se recalcan las enfermedades cardiovasculares, pulmonares obstructivas crónicas y cerebrovasculares, el cáncer, la hipertensión, la diabetes y la obesidad.
Siendo los grupos de población con más riesgo las personas de avanzada edad que padecen enfermedades crónicas, las personas inmunodeprimidas, las embarazadas y aquellas personas que padezcan algunas de las patologías citadas anteriormente.
La pruebas diagnósticas empleadas para la detección de la COVID-19 son la prueba PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa) cuya función es detectar el material genético del virus y su técnica se basa en realizar un frotis de las secreciones nasales o faríngeas; las pruebas de antígenos, cuya función es detectar ciertas proteínas en el virus, siendo empleada la misma técnica; y los test de detección de anticuerpos IgM e IgG, que tienen como función la de hallar una posible inmunidad, y su técnica puede ser la extracción de sangre para obtención de suero/plasma (ELISA o CLIA) o la punción digital. Teniendo una mayor sensibilidad la prueba PCR, seguida de la ELISA o CLIA, el test de anticuerpos y por último el de antígenos.
Más aún, la prevención frente a la COVID-19 consta de una serie de medidas de limpieza y desinfección, y de una adecuada ventilación en grandes rasgos. Las recomendaciones impuestas por el Ministerio de Sanidad son lavarse las manos de forma frecuente, al toser cubrirse la boca y la nariz, mantener una distancia de 1,5 metros entre personas, limpiar las superficies con frecuencia, usar pañuelos desechables, la ventilación de espacios cerrados, el aislamiento propio en caso de inicio de sintomatología y el uso obligatorio de la mascarilla.
En cuanto al tratamiento, a pesar de que no se ha identificado uno específico para esta enfermedad, y que se sigue estudiando sobre ello, se basa en la utilización de antivirales, inmunomoduladores e antiinflamatorios, siendo los fármacos más comúnmente empleados.
A propósito, el único mecanismo para frenar la COVID-19 es la vacunación de la población mediante una serie de vacunas ya aprobadas siguiendo una estrategia de vacunación por etapas y por grupos de población.
Índice
RESUMEN
ABSTRACT
INTRODUCCIÓN
JUSTIFICACIÓN
OBJETIVOS
MATERIAL Y MÉTODOS
RESULTADOS
- El incremento de la soledad por la COVID-19
1.1. Incremento de la soledad, ansiedad, depresión y estrés de acuerdo a los distintos grupos de edad
1.2. La diferenciación de soledad en los adultos mayores antes y después de la COVID-19
1.3. Incremento de la soledad en los adultos mayores consecuencia de la COVID-19
- La relación entre la autopercepción negativa del envejecimiento y la soledad
- Las consecuencias negativas de la soledad y el aislamiento social en la salud de los adultos mayores durante la COVID-19
3.1. Edadismo o discriminación por edad
3.2. Intervenciones o recomendaciones para paliar el curso de consecuencias negativas en la salud de los adultos mayores por la COVID-19 23
DISCUSIÓN
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
ANEXO I: Diseño y estrategia de la búsqueda bibliográfica
ANEXO II: Diagrama de flujo sobre la búsqueda bibliográfica
ANEXO III: Tablas resúmenes de artículos seleccionados