
ISBN: 978-84-1142-305-2
© Dina Kaddur Mohamed, Meriem Kaddur Mohamed, Yunaida Kaddur Mohamed
Como enfermeras, a menudo somos testigo del sufrimiento y la tristeza de nuestros pacientes y sus familiares. Es importante recordar que incluso la mínima presencia y la palabra más suave pueden ser de gran consuelo durante el proceso de duelo.
Capítulo I
Duelo en el adulto
La muerte es el destino final e inevitable de todo ser vivo. Se trata de una etapa universal en la vida del ser humano, pues nadie escapa de ella. El concepto y la actitud del hombre hacia la muerte han ido sufriendo una serie de cambios a lo largo de la historia de la humanidad. La preocupación por prestar cuidados ante la muerte se remonta a los orígenes del Homo sapiens, quienes fueron los primeros en tener conciencia de muerte. A lo largo de la historia de Occidente se pueden diferenciar dos grandes etapas respecto a la forma que ha tenido el hombre de vivir y entender la muerte: una antes de la creación de las instituciones hospitalarias, en la que la muerte no infunde miedo porque es aceptada como parte del proceso natural de la vida, y otra a mediados del siglo XX, con la creación de las primeras instituciones hospitalarias, convertidos en lugares reservados para fallecer.
Durante la alta Edad Media se llevó́ a cabo la llamada “muerte doméstica”, en la que el moribundo, consciente de su cercana defunción, invitaba a sus seres queridos y realizaba el llamado “rito de la habitación”, una ceremonia donde el protagonista era el propio moribundo. Con este acto social, este podía concluir en compañía de sus amigos y familiares todos los asuntos sociales, personales y espirituales que tuviera pendientes. En la baja Edad Media, a consecuencia de las ideas del purgatorio, del juicio final y de la salvación a través de obras espirituales y materiales, se impone un tipo de muerte considerada como algo más individual, conocida como “la muerte de uno mismo”. En esta etapa, el moribundo fallecía alrededor de personas especialistas en ayudar a bien morir, quienes habitualmente eran miembros del clero.
Durante el siglo XIX, el hombre pasa de preocuparse por su propia muerte a preocuparse más por la muerte de sus seres queridos. Se trata de una etapa conocida como “la muerte del otro”, manifestada por una publica y exagerada expresión del duelo, la mayoría de veces teatralizada, el inicio del culto a los cementerios y el uso de la vestimenta negra como color del duelo. Con la primera Guerra Mundial, se inicia un proceso llamado “muerte prohibida”, en el que la muerte deja de ser aceptada y entendida como un proceso natural de la vida, y pasa a ser un fenómeno vergonzoso y lejano del cual nadie habla, llegando incluso a ocultarse y negarse.
En el siglo XX comienza un gran avance en la Medicina. Hasta entonces, el papel del médico fue solo paliar los síntomas que manifestaban la enfermedad. Prueba de ello son los escritos de los médicos franceses Bérard y Gubler, quienes resumían en pocas palabras el papel de la Medicina de aquel momento: “Curar pocas veces, aliviar a menudo y consolar siempre”. Es a partir de este siglo cuando la Medicina empieza a investigar las verdaderas causas y curas de cada enfermedad, todo gracias a al desarrollo tecnológico- científico y al aumento de las expectativas de vida de la población.
Con este gran avance en la Medicina moderna y la ciencia, se ha logrado aumentar la esperanza de vida y mejorar el estado de salud de las personas. Sin embargo, se creó la falsa ilusión de que la muerte puede ser diferida indefinidamente. El médico pasó a preocuparse únicamente en encontrar la cura de la enfermedad, dejando en un segundo plano la preocupación por los cuidados a los enfermos terminales, pues pensaban que ya no se podía hacer nada por ellos. A consecuencia de esto, se produjo un gran revuelo ante la pérdida de importancia y el escaso apoyo de calidad para la atención a pacientes en fase terminal, cuyas expectativas de vida son limitadas y se hallan fuera del alcance terapéutico curativo. Esto hizo que, durante la década de los sesenta se replantee realizar una atención a los enfermos terminales como una especialidad médica.
Se entiende por paciente terminal a aquel que sufre una enfermedad incurable, avanzada y progresiva, que carece de posibilidades de respuesta al tratamiento y que cuya esperanza de vida se estima generalmente en menos de seis meses. Todo ello provoca un enorme impacto emocional al paciente, al familiar y al equipo sanitario, quienes tienen como objetivo fundamental proporcionar confort y calidad de vida al enfermo y a la familia a través del control de síntomas, la comunicación y el soporte emociona.
Índice
CAPÍTULO I: Duelo en el adulto
CAPÍTULO II: Duelo infantil
BIBLIOGRAFÍA